Tomado de
En cinco años ha crecido más del 100% el número de nuevas iglesias, que funcionan como empresas privadas, manejan $2 billones anuales en ingresos y cuentan con un patrimonio de $5 billones.
Por María Elena Vélez
Si se incluyeran a las iglesias de todas las tendencias religiosas en la lista de las empresas más grandes del país, muchas de ellas ocuparían los primeros lugares, no solo por la asistencia de fieles sino por el monto de recursos que mueven. Según estimativos de
Su manejo empresarial haría poner verde de la envidia a los gurús especializados en negocios. De acuerdo con los datos proporcionados por el Ministerio del Interior, en abril de 2004 tenían personería jurídica 769 organizaciones religiosas o cultos. Hoy, el número ha crecido y puede llegar a 1.800 dentro de las iglesias formalmente constituidas. Pero aquí hay que diferenciar las organizaciones o cultos con los templos o sedes donde se congregan los fieles. En total, esta clase de instituciones se acerca a 9.000. Tan solo en la ciudad de Bogotá existen alrededor de 5.000 templos.
Según Fabián Sanabria, decano de
Calcular el recaudo a través de los diezmos y las limosnas no es tarea facil. Por citar sólo un caso, a
En esta cuenta no se incluye el famoso diezmo, que corresponde al 10% del salario mensual, que es cobrado por las iglesias diferentes a las católicas. Algunas, incluso, cuentan con el sistema de datáfono, que permite donar con tarjeta débito o crédito. Los diezmos se convierten en captaciones a cambio de paz espiritual.
Cuando se les consulta sobre el tema económico, las iglesias prefieren callar o evaden la información. “Tanto hermetismo al revisar la dimensión económica de lo religioso es una especie de ocultamiento que hace referencia al don y al contradon. Es como si al afirmarlo se perdiera el carácter de lo sagrado y tocara cumplir la sentencia bíblica en la no es bueno que la mano derecha sepa sobre lo que hace la izquierda”, sostiene Sanabria.
Ciertamente, no todas cuentan con tanto respaldo económico. Por el contrario, muchas iglesias católicas de barrio sobreviven con monedas donadas por los feligreses. A los sacerdotes literalmente les toca hacer “milagros” para sostener la parroquia, recurriendo a rifas, bazares, paseos y toda suerte de eventos para evitar que el templo se les vaya al piso.
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